
Mi tío tenía un sulky, que era una especie de carreta, y dos veces al mes me invitaba a ir al campo.
Él iba a vender ropa, y yo esperaba que llegara el momento de ir con él, porque ese paseo era emocionante.
Podía cortar flores silvestres por el camino y conocer distintos tipos de pájaros, que con el tiempo, aunque no los volviera a ver, ya los conocía por su canto.
La gente me adoraba y me dejaba llenar una bolsa con frutillas y con cualquier cosa que quisiera. Había toda clase de frutas y verduras a mi disposición.
También había muchos animales, vacas, cerdos, gallinas, patos, pavos y caballos, que alguna vez me enseñaron a montar.
Al atardecer, nos invitaban con una taza de mate cocido y tortas fritas y nos daban más para el camino de regreso.
Volvíamos cantando, contando chistes y riéndonos como dos chicos, y cuando oíamos el canto de un pájaro mi tío decía: “No mires y decime que pájaro es”, y volvíamos a cortar flores para mi mamá, porque las que había cortado a la ida eran para dejarlas de regalo en alguna de las casas que visitábamos al llegar.
Tengo un hermoso recuerdo de esos días tan felices… ¡era toda una aventura!